domingo, 4 de abril de 2010


Así quieto, tumbado ahí, como paralizado el mundo, puedo con sólo mirarte el pecho notar el latir de tu corazón. Alguna vez incluso lo hemos confundido con un terremoto. En más de una ocasión te ha despertado en mitad de la noche esa vibración intensa de tu mecanismo propio.


Tú lates así, enérgica y violentamente. Será quizá por lo grande que tienes el corazón, algo peligroso sin duda. Es de ese tipo que suele ser propenso a recibir más golpes de la cuenta. El día que menos te lo esperes, además, te dará un susto al querer escaparse de su jaula de carne.


Puede ser también que tanta fuerza se deba a las luchas que ya ha pasado. Un corazón tan ajado, rematado con remaches y costuras, se mueve así, estrepitosamente, por el dolor y la fatiga, como los pies que hartos de andar sesean y se tropiezan – pero no se detienen.


Tal vez lata tan fuerte por lo mucho que me quieres. Como si en cada sístole me jurara eternidades y cada diástole significara un grito desesperado de “no te vayas”.


A mí me gusta pegar el oído a tu pecho y disfrutar la sinfonía, que es el tic-tac de un reloj escandaloso, de esos que me ayudan a relajar la mente para dormirme. Latidos por segundos, pasan las horas, y con ese instinto similar al de la madre que reconoce el llanto de su hijo, desde muy lejos me parece sentir su llamada cuando me echas de menos, cuando mis dudas te duelen, cuando te invade el miedo y el tic-tac se ralentiza, y con él el mundo entero parece mecerse con mayor lentitud…


Ojalá pudiera prometerte un beso eterno, ser dueña siempre de cada latido.
Crucemos los dedos.

3 comentarios:

Nisa dijo...

bonito texto a la vez que melancólico


sus quiero churumbeles!

oh! aguarrás mi aguarrás!

Pablo Herrera dijo...

Es una sensación inmensa cuando sabes que ese latido te pertenece.

sarita dijo...

cruzo los dedos

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