Ningún problema es más grande que el pie que lo pisa.

Eso me lo enseñó alguien que un día fue importante. No sé si por autocomplacencia o por creencia sincera, me gusta pensar que pude hacer algo por él, que le ayudé a quitarse algunas espinas con mi terapia de chiste (aunque por circunstancias de la vida, y aunque nunca me lo haya confirmado, pero con la propiedad que me otorga la capacidad de la observación, puedo asegurar que fue algo temporal, que después volvieron esos mismos problemas en los que, como todas las enfermedades, uno puede recaer si no cuida de sí mismo) Y esta mirada al pasado encuentra su razón de ser una vez más en la caja de pandora, que por primera vez desde hace mucho tiempo me ha salvado en lugar de condenarme... recordando (del latín "recordis", volver a pasar por el corazón) tiempos en los que mi rasgo más característico era la sonrisa contagiosa. Es que a veces se me olvida que tengo pasado, historias, aunque de ellas queden sólo leves destellos fugaces ocasionales, demasiado ocasionales.

Es bonito recordar que hubo un día en que no me creí tan nimia.

Creo que mi memoria selectiva funciona al revés que la del resto del mundo.
Qué bien.
Qué especial soy.

HUMO.