miércoles, 11 de noviembre de 2009

Delirios a medianoche y sobresaltos en la cama de madrugada. La almohada empapada en sudor, las mejillas ardiendo y los músculos tensos, la mandíbula muy apretada. Era la rutina de cada despertar. Después del grito ahogado a las seis y media, ya no podía seguir durmiendo, y apuntaba en un cuaderno lo último que recordaba de su pesadilla, en qué mínimos detalles se diferenciaba de las anteriores, pequeñas cosas, casi insignificantes. Una senda pedregosa, elevada, irregular, de la que no se veía el fin ni, desde hacía algunas noches, tampoco el principio. Anochecía en tonos malvas y de pronto se rompía el cielo, pero las piezas de su desarme nunca llegaban a caer, y de pronto eran sustituídas por pequeñas gotas negras que golpeaban con violencia el suelo, pero a ella no la mojaban. Tinta. La misma con la que había escrito todos sus poemas y cartas, que ahora se escapaba de las hojas que la habían albergado, huyendo espantada, precipitándose contra el suelo en un vano intento de desaparecer de este mundo. Y ella veía cómo crecía el charco de tinta a sus pies, ya le cubría los tobillos, se secaba y la impedía moverse. Allí inmóvil, bajo una lluvia de lo que habían sido sus palabras... Y cuando esa masa negra alcanzaba ya su barbilla, se escuchaba un maullido eterno, interminable, de gato atropellado, acompañado de mil voces que gemían a coro, y entre el griterío siempre le parecía escuchar la misma frase, solemne, fría, sentenciadora, como la voz del maestro aleccionando a su discípula.
"Tus historias te han matado, para evitar que mates".
Entonces, despertaba.

2 comentarios:

Marta dijo...

illa tia que miedo ma dao cuando tengas pesadillas por la noche grita AHH AHHH¡¡¡


y alli estaré


XD

Juan Grako dijo...

Esto es verídico no?? xD

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