domingo, 6 de junio de 2010


Esa soy yo con 14 o 15 años. Ahí empezaba a ser rara, y era guay. A la gente le gustaba, se acercaban a mí movidos por la curiosidad. Quizás como quien mira a un animal exótico de zoológico. Con el tiempo se pondría de moda romper el molde, y ser raro sería lo más normal del mundo. Me creía absolutamente en posesión de la verdad absoluta, era bastante ingenua y aparentaba derrochar amor propio por cada poro –nada más lejos de la realidad, lo aseguro. Decía lo que pensaba, eso sí, siempre; debí callarme muchísimas cosas, pienso ahora. Me gustaba destacar, hacerme notar. Básicamente me creía guay. Era una rebelde porque llevaba Converse y no Nike muelles, porque escuchaba El Canto del Loco y no reggaeton –inquietante cuanto menos. Sin embargo, estaba ya descubriendo el rock de verdad y el mundillo alternativo. Me recuerdo con mi mp3 de camino a clase, rayando hasta el exceso Three Doors Down, Smashing Pumpkins. Decía haber sufrido mucho y saber de la vida… de mi vida con 15 años. Creía conocer el amor, y el sentido de la amistad. Dios, realmente lo creía… Ambos conceptos se vinieron abajo en poco tiempo, enterrados bajo un alud de golpes de realidad. Todo lo que conocía iba desvaneciéndose por días. La etapa del cambio, propiciado por personas que me abrieron la mente, y mucho tiempo dedicado a mí misma para pensar. Recuerdo una época terrible en la que prefería encerrarme en casa a relacionarme con la gente de mi edad porque no me sentía querida ni comprendida. Está claro que me había dado demasiada prisa en crecer. Empezaban a crecerme las alas, y se me quedaba pequeño el suelo, el cielo demasiado grande aún. Todos conocemos esa sensación.

No sé en qué esperaba convertirme con los años. Desde luego no creo que fuera esto, pero la vida nos sorprende. He revisado mi Caja de Pandora, y en el archivo que corresponde a esa época las palabras que más se repiten son “sueño” y “merecer”. Quizás no haya cambiado tanto desde entonces. Y sin embargo, miro atrás y me es imposible identificarme con ella, la de la sonrisa permanente, la cabeza alta y la inocencia intacta.

¿De verdad somos la misma persona?

Me gustaría poder preguntarle a ella, a ver qué piensa.


7 comentarios:

Rafa dijo...

Pues sí, lo que cambiamos, y lo malo que es querer crecer antes de la cuenta (o querer crecer, a secas)

Cristina dijo...

"Empezaban a crecerme las alas, y se me quedaba pequeño el suelo, el cielo demasiado grande aún."

A día de hoy, esa sensación me persigue.

Me ha gustado. Mucho :)

marta pug dijo...

aAhhhhhhh como hemos cambiado(8)

esa sensación de no ser la misma persona la comparto totalmente,
es como otra si se hubiera mudado la piel y no se sintiera ya como propia.


Fascinate la mentalidad humana, sí señor XD

Secilla! dijo...

Nuevo blog de música! :D

http://listeningfeelings.blogspot.com

Álvaro Ochoa dijo...

Amo la vanidad que inunda esta entrada...

Irene Bebop dijo...

Vanidad ninguna Anchoa, aprende a leer entre líneas!
En realidad me adoras, y eso sí que no es vanidad :D

Velero dijo...

Pues imagínate cuando estemos en la vejez más absoluta ...

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